Sigo recibiendo insultos y muestras de desprecio tras mi paso por el programa de televisión “El chiringuito”. Pero yo estoy cada vez más convencido de mi mensaje, por lo que he decido escribir esta reflexión, que es también una invitación general al cambio. Saludos.
Es evidente que la naturaleza de los seres humanos no es la perfección. Nos equivocamos; nos cuesta aprender; nos caemos, y nos levantamos muchas veces, porque también tenemos luz, luz para dar un sentido bueno a lo que hacemos, para invitar a la concordia, lo cual hace tanta falta, en demasiadas ocasiones, en el fútbol: demasiada ira, vocabulario irrespetuoso, humillaciones, engaños a los árbitros. En definitiva, asaltos a la dignidad propia y ajena.
No puedo pensar que esto ayude a la felicidad de nadie. No puedo pensar que ciertos intereses importen más que el ambiente irrespirable que con frecuencia se genera. No puedo pensarlo…ni quiero. Y, si realmente ocurre, podemos cambiar la inercia.
El fútbol tiene un gran poder para llegar a la gente, incluidos los más jóvenes, y ese poder ha de ser conducido lo mejor posible. Habrá momentos y ejemplos poco edificantes, tristes, hasta perversos a veces; vale. Pero, en general, debe imperar la nobleza antes que la miseria moral, la colaboración de los jugadores con el espíritu deportivo antes que el engaño y el querer ganar de cualquier manera; la relación fraterna antes que el odio. Y cuando se den ejemplos negativos, hemos de reaccionar con contundencia para no dar la sensación de que aceptamos sin más lo que sabemos que debe ser corregido.
Federaciones, comités de árbitros, clubes, periodistas, aficionados (muchos de ellos familiares de los jugadores menores de edad), jugadores (profesionales o no), entrenadores…Todos podemos implicarnos por el bello fin de encauzar el fútbol por senderos educativos. Vamos a por ello.