Cuando uno habla de la Copa del Mundo, generalmente uno lo hace con el fin de disfrutar un deporte, una salida a un bar o un restaurante. No obstante, para otras personas el hablar del Mundial significa un bálsamo para todos los problemas que se tenga uno a nivel laboral, sentimental o familiar, ya que se posee una mística que caracteriza al deporte más hermoso del mundo.
Incluso, para muchos, el deporte suele ser la gran alternativa a una mejor vida. No todos, por ejemplo, viven en la comodidad, encontrando una forma de enfatizar esa energía a un desarrollo de talento, eso que caracteriza a los más grandes cracks de la época. Cambiar un balón por violencia ayuda mucho a las grandes crisis. Sin un motivante así quizá nunca hubiésemos tenido a un Ronaldinho, Romario o Ronaldo. Grandes jugadores que se forjaron a base de talento más que de recursos, todos ellos tuvieron la oportunidad de ser felices con la de gajos y surgir un romance eterno con la Copa Mundial.
Si bien algunos lo consideran el opio del pueblo, es precisamente por lo enervante que es: Saca lo mejor de nosotros, nos rompe en pedazos con una derrota en la Copa o nos lleva a lo más alto del firmamento cuando se obtiene la victoria, nos frustra, nos relaja, nos hace sufrir o sonreír según sea el resultado final. No importa si se pierde por un gol o se gana por el mismo resultado, el efecto que genera una Copa Mundial suele ser más duradero o doloroso que en una competencia liguera, una copa o un torneo de barrios. Sin duda lo más impactante siempre es causa del profundo amor por la Copa. Esa Copa que solo viene a disfrutar con nosotros por un mes y se va para regresar hasta 4 años después. El ambiente y la mística de este torneo solo es comparable con los grandes sucesos de la vida. Ese amor profundo. El idilio de la Copa del Mundo.