BARNEY, 17/11/2018
La mayor sonrisa que ha circulado por el mundo del fútbol en los últimos años ha sido, sin duda, la de Zinedine Zidane, y además, la ha mostrado en el que posiblemente sea el puesto más difícil de este mundillo: entrenador del Madrid. Hagas lo que hagas, digas lo que digas, pongas a quien pongas, y sean los resultados buenos o malos, te van a criticar. Toda la prensa, también la que se supone que es afín, la que siempre sabe más que el entrenador de turno o se inventa historias sobre jugadores para enmerdar. Y el bueno de Zizou ha respondido a todos esos ataques con una sonrisa (aunque terminara hastiado de la batalla y diera un portazo desde lo más alto diciendo “ahí os quedáis”).
Su última temporada como jugador fue complicada. No estuvo bien, y pese a que le quedaba un año más de contrato, decidió retirarse tras el Mundial de Alemania en 2006. Afortunadamente para los amantes del fútbol, recuperó su mejor nivel durante esos partidos con la selección. Su exhibición contra Brasil en cuartos es uno de esos momentos memorables de la historia del deporte en los que sientes que un jugador controla todo lo que pasa en el campo, para el balón igual que el tiempo, y dirige a sus compañeros con el mismo acierto que aparta a los rivales. Fue bestial. Y recuperó la sonrisa.
En la final contra Italia se produjo un penalti a favor de Francia en el minuto 7. Zidane lo lanzó suave y al centro, a lo Panenka. Demasiado alto, pensamos muchos. El balón se fue al larguero, pero llevaba tanta delicadeza como efecto, rebotó en la madera, se fue hacia dentro de la portería, apenas un palmo, botó, volvió a besar el larguero y salió despedido hacia el terreno de juego. Estoy seguro de que no hay físico en el mundo que sepa explicar esos movimientos imposibles.
“El fútbol es un estado de ánimo”, comentó una vez Jorge Valdano. Ya, y también está el efecto de los rayos gamma sobre las margaritas (Paul Newman) o la influencia de la luna sobre las emociones o los embarazos. Pero es cierto, así que hoy voy a hablar de algo tan absurdo, pero para mí tan real, como la influencia del estado de ánimo en la suerte. Y la suerte en el fútbol se aprecia con todas sus grandezas y miserias en los balones a los postes, que funcionan como un imán, con un polo positivo que atrae, envuelve y ayuda a los de su signo, y otro negativo con el que repele a los cenizos.
En aquella final de 2006 en Berlín, a Zidane se le torció el gesto durante la prórroga. El terrorista Materazzi le provocó mentándole a su hermana y el francés respondió con el cabezazo más famoso de la historia de los mundiales. Tarjeta roja, y la final se decidiría por penaltis. El mejor lanzador de Francia no estaba sobre el terreno de juego, así que tuvieron que ser sus compañeros los que dirimirían el resultado. Le llegó el turno a David Trezeguet. Solo hay que ver su cara y su mirada, los dientes apretados, para saber lo que iba a ocurrir: al larguero. Podía haber desafiado de nuevo las leyes de la física y haberse ido para dentro, pero rebotó hacia fuera. Italia campeona.
Isaac Asimov dijo que “la suerte favorece solo a la mente preparada”. De alguna manera inverosímil, los postes se alían con el que lleva el gen ganador, o con el que al menos está convencido de que va a alcanzar el éxito. Y en ocasiones incluso parece que los postes adquieren vida propia. El Madrid tuvo otra gran sonrisa contemporánea de Zidane, la de Roberto Carlos. En aquel lanzamiento de falta impresionante contra Francia, el poste izquierdo de la portería francesa se mueve para abrazar el balón del brasileño, como queriendo acompañarlo hacia el fondo de las mallas, como en un dibujo de Mortadelo y Filemón. Uno ve esta foto y sabe que es imposible que el balón acabe dentro si no es por obra y gracia de efectos paranormales.
El mundo del fútbol está lleno de ejemplos de cómo el que busca su suerte como un aliado más para la victoria termina encontrándola, mientras que el que no confía en el éxito pese a sus cualidades termina fracasando. A veces es solo una cuestión de ánimo.
En su tercera y última temporada en el Madrid, el portugués Jose Mourinho se jugaba la final de Copa en el Bernabéu frente al Atlético de Madrid. No había ganado la Liga y se había pasado media temporada peleando con la prensa en público y con parte del vestuario en privado. La semana previa a la final de Copa habló mucho más de Casillas que de la propia final. El título le daba igual, o al menos eso parecía. El Madrid jugó mucho mejor que su rival, pero se estrelló hasta tres veces contra los postes y el Atleti terminó ganando 2-1. A los tres días, Mourinho llegaba a un acuerdo para dejar el club. Era evidente que su cabeza no estaba en Madrid desde hacía tiempo, y su estado de ánimo chocó contra la madera.
El Atlético de Madrid, el eterno Pupas, es un gran ejemplo de mi teoría. En la final de Champions en Milán va perdiendo 1-0 contra su eterno rival cuando el árbitro les regala un penalti. Por la cabeza de Griezmann pasa toda la historia de derrotas y frustraciones del club, pasan la final de Lisboa, el gol de Ramos en el 93 y el “qué dirán si lo fallo”. Así que Griezmann hizo lo mismo que Trezeguet en estos casos: chutar fuerte. Demasiado fuerte y ¡BAM!, al larguero.
Pero el fútbol es caprichoso y suele conceder segundas oportunidades, así que nos vamos a la tanda de penaltis. La cara de Juanfran provoca aún más lástima que la de Trezeguet. Creo que todos sabemos el resultado: Juanfran al palo. A veces la línea que separa el éxito y el fracaso es tan delgada como esos centímetros que llevan el balón hacia dentro o lo despiden hacia fuera. Me recuerda al inicio de la película de Woody Allen Match point, cuando habla de la vida y la suerte, y la fracción de segundo en la que no sabes si la bola que toca la cinta de la red caerá de un lado o del otro:
“Aquel que dijo más vale tener suerte que talento conocía la esencia de la vida. La gente tiene miedo a reconocer que gran parte de la vida depende de la suerte, le asusta pensar cuántas cosas escapan a nuestro control.” Estoy de acuerdo, pero hay circunstancias que decantan la balanza en un sentido u otro, al poste o adentro. Porque “la buena suerte no es casual, es producto del trabajo”, dijo Emily Dickinson, “la sonrisa de la fortuna tiene que ganarse a pulso”.
Nunca fui un defensor de Julen Lopetegui, ni como seleccionador nacional, ni mucho menos como entrenador del Madrid. Creo que no vi ningún partido completo de los 22 que dirigió con la selección, apenas 30 ó 40 minutos de 6 ó 7 partidos. Siempre me pareció un triste, un tipo que tenía que hablar ante la prensa, pero que preferiría estar haciendo mil cosas diferentes, aunque fuera partir troncos o lamentarse de su mala suerte con unos chatos de vino en la barra de un bar. Esa mirada esquiva y tristona le acompañó los pocos meses que dirigió al Real Madrid.
Tengo amigos a los que sí les gustó su fichaje y el cambio de estilo mostrado por el equipo durante los primeros partidos, con su clímax en el encuentro frente a la Roma. Pero Lopetegui seguía sin transmitir sensaciones positivas. Se perdió con el Sevilla, se empató a cero con el Atleti, y se palmó con el Alavés en el descuento. La mayor sequía goleadora en 116 años de historia del club. A la tristeza de Julen se sumó la angustia que transmitía. Contra el CSKA de Moscú el Madrid fue mucho mejor que el equipo local, tuvo una veintena de ocasiones, pero se estrelló tres veces con el poste. Las cosas no mejoraron con el Levante: cerca de treinta ocasiones de gol, pero el equipo se seguía estrellando contra el poste. Otras tres veces.
Estaba claro que el infortunio acompañaría siempre al que con su mirada cabizbaja transmitía exactamente eso. Le quedaba una última oportunidad para engancharse a la Liga: en el Camp Nou y contra el máximo rival. Tras una primera parte regalada al contrario (2-0), los jugadores mostraron algo de ese orgullo que les hizo campeones de Europa por tercera vez consecutiva hacía apenas cuatro meses y medio. El primer cuarto de hora de la segunda parte fue magnífico: un gol y otras tres ocasiones claras. Modric tuvo la oportunidad para cambiar la suerte del técnico, ajustó su disparo y ¡BAM!, a la madera de nuevo. En ese momento supe que Lopetegui se iría. Por méritos propios.
La prensa soltó una serie de nombres que me produjeron más intranquilidad que esperanza: Conte, Laurent Blanc, Guti, ¡Arsene Wenger! ¿Y por qué no Clemente o David Vidal? ¿O Jorge D’Alessandro o Paco Jémez? Joder, cuánta chorrada sin fundamento.
El club optó por la salida sencilla, la revolución tranquila de Santiago Solari, entrenador del Castilla. En su primera rueda de prensa como entrenador del primer equipo, Solari contestó a los periolistos de un modo impecable. Con una amplia sonrisa. Y también en ese momento me convencí de que volveríamos a sonreír todos.
“El Madrid vive en permanente crisis, incluso cuando ganamos Champions”. Ahí la lleváis, buitres.
Tras la victoria ante el Melilla en Copa del Rey, el Valladolid llegaba al Bernabéu por delante del Madrid en la clasificación. Otro partido complicado en el que la tensión se podía cortar con un cuchillo. En la segunda parte, aún con 0-0 en el marcador, los visitantes se lanzaron en varias ocasiones a la contra. Con toque, con acierto. Chutaron dos pepinazos lejanos que… se fueron contra el larguero. No tengo ninguna duda de que con Julen habrían entrado. El final del partido lo conocemos. Salió Vinicius Jr. y marcó de rebote. Con suerte. Sonrió Solari, sonreímos todos. La suerte había cambiado.
Todavía es pronto para saber del futuro de este proyecto, pero hay detalles que nos invitan al optimismo. No solo que los cambios de jugadores y patrón parecen lógicos, o que se va a mejorar la pésima preparación física, sino que el efecto magnético de la sonrisa sobre los postes funciona ahora a nuestro favor. Con 0-0 en el marcador ante el Viktoria Plzen, un mal despeje de Nacho se fue hacia nuestra propia portería. Al palo. Contra el Celta el partido se podía haber complicado mucho en los primeros veinte minutos, pero el cabezazo de Okay se fue al poste y el primer gol cayó de nuestro lado. 2-4 y la buena racha que continúa.
Todo ha cambiado, empezando por las sensaciones que transmite el entrenador. Esta semana hemos sabido que Solari ha renovado hasta 2021. Es muy pronto para saber si el equipo tendrá éxito en esta temporada, pero de lo que no cabe ninguna duda es de que la sonrisa ha vuelto, y con ella, la fortuna. ¡Suerte, míster, y trabajo, mucho trabajo!