Saludo al Rey. Mi tinta pide permiso y se atreve a contar parte de su historia. Aquella llena de gloria que mayores vivieron y que jóvenes ansían repetir. Escribo sobre un soberano que supo ostentar durante años la presea del ganador absoluto. No es ninguna novedad que miles de equipos extranjeros y de su país anhelaban con fervor el pedestal donde descansaba y que con sus mejores tropas intentaron derrocarlo.
Y ciertamente lo lograron.
Hace 24 años, su reinado, aquel que se creía inexpugnable y donde las copas brillaban donde sea que se posara la vista, tambaleó y cayó raudamente por la pendiente de la mediocridad y encerrándote bajo un ostracismo que olía a infinito.
Fueron años llenos de manejos dirigenciales de dudosa capacidad, de jugadores que no merecían defender sus colores y de injusticias perpetradas por quienes manejan los hilos del fútbol argentino. Pero aunque haya caído, intenta nuevamente ponerse de pie.
El Rey nunca supo cómo ser un títere.
Hace 5 meses, volvió a pulir esa corona que lo imploraba a gritos. Casi medio año ya pasó desde el momento en el que se alzó con la Copa Sudamericana y en el que demostró que su corazón, débil y herido de muerte, todavía latía y se resignaba a dejar de bombear la sangre del campeón.
Ahora juega por algo mayor. La niebla que antes se cernía sobre él comenzó a desaparecer con lentitud pero sin pausa. Su trono, a la vista, a un título de distancia.
La Copa Libertadores espera descansar sobre su cabeza, donde 7 diademas hermanas la esperan.
El mundo del fútbol ansía su retorno. El mundo Independiente moriría por ello.