¿Quiénes somos? ¿A dónde vamos? ¿Un mundial en navidad? ¿Campeón Argentina? ¿Messi el mejor del mundo? ¿Cristiano dejó su carrera?
Todas las preguntas resultan ser difíciles de explicar, aunque dentro de la complejidad las dos primeras tienen más explicación que las otras. La filosofía está atravesada por encontrar respuestas a lo que potencialmente no las tiene, o quizás nos intenta dar tranquilidad desde lo desconocido. El conflicto nace donde lo desconocido es una persona o ese algo tan palpable que todos opinamos sin escrúpulos.
No hay dudas de que el 2022 nos dejó mucho más de lo que creemos. No me olvido cuando era chico y en las calles de mi ciudad, en Argentina, elegíamos un jugador de la selección para intentar definir y lo recreábamos bajo un frío intenso como es propio en mi país para las fechas típicas de los mundiales. Sin embargo, además de que ya no juego en la calle a la pelota y encima ahora debo pagar para hacerlo, algo en mí sucedía cuando pensaba en Qatar. No voy a mentirles, hace mucho abandoné la idea de que el fútbol trasciende los millones de dólares pero jamás imaginé que podíamos llegar a esto y lo más triste es que “esto”, sólo es una puerta a lo que se viene.
Llegó junio y cuando me preparé para inventar una lesión y no ir a trabajar, me vi nuevamente sorprendido. La vorágine de la vida me hizo olvidar que recién a fines de noviembre el sufrimiento, mezclado con placer y felicidad, comenzaría. Pasaron los días, los meses, los amores y los sin sabores del trabajo. Cuando las charlas por los regalos para los niños se intensificaron, todo se paralizó. Me encontré una tarde hablando con amigos sobre si era conveniente desayunar o cenar para el primer partido. Desde Corea y Japón no teníamos un horario tan complicado. Aunque sólo sería ese porque el resto nos favorecería. Yo no pude. Así como decidí casi abandonar mi trabajo, también abandoné a mis amigos. Algo en mí, decía que era necesario sufrir en silencio, insultar tranquilo y sin estar contaminado de los nervios ajenos.
Eran las seis y cuarenta y cinco de la mañana de un martes. No había dormido aunque me juraba que estaría tranquilo. Todo empezó como una fiesta y terminó como lo que corresponde que sea para un argentino. Un martirio. Estamos acostumbrados al dolor constante y aunque nos encanta ganar pareciera que si no es con sufrimiento, si no está lo “épico” nada sirve.
No importa, pasó el primer partido y entendí que mi relación con los demás, no sólo con amigos sino también con otras nacionalidades, ya no sería la misma. Luego de México y Polonia, mi círculo se achicó. Una noche de viernes, previo a los octavos de final, entendí que los tacos ya no tenían el mismo sabor y que pronto tampoco serían iguales las tortillas de papa y un sinfín de comidas placenteras.
Llegó un domingo como cualquier otro de fin de año. Si fuese normal, estaríamos organizando que comeríamos para navidad, en especial si la cena sería dentro o fuera, si haría más o menos calor. No. No era normal. Era dieciocho de diciembre y como es costumbre nos paralizamos donde debíamos hacerlo. Frente a un televisor para sentirnos parte de algo, que si lo analizamos con lógica, en realidad ninguno de nosotros lo ganamos pero como esto es una pasión y nosotros somos seres pasionales, una porción de “la tercera” es nuestra.
Papá Lionel nos trajo el mejor regalo y como si fuese poco, fue gratuito. Gratuito monetariamente, porque se sufrió y no saben cuánto. Sufrimos treinta y seis años. Lo logró él, los otros veinticinco y nosotros que desde alguna parte del mundo, porque sí, por más que duela hay un argentino donde vayas, la ganamos.
No había tiempo para festejar así que cinco millones de personas salieron a recibir a los campeones, tres días después de aquella locura, cuando la espuma de la cerveza que no se pudo tomar en Qatar bajó, descubrimos que algunos todavía dudaban de que si Messi es, hoy por hoy, el mejor del fútbol. No hay dudas y me duele porque sé que Cristiano Ronaldo era muy bueno pero le tocó la desgracia de nacer contemporáneo de Messi. Si, dije era, ¿Y qué? Lo digo, era muy buen jugador, ya está. No lo retiró Messi ganando el mundial, ni su técnico en Portugal por no darle más minutos, ni mucho menos la mala relación que tuvo en general en el Manchester United esta última etapa. El sólo optó por irse a una liga casi inexistente que lo único que nos vende es el lujo desorbitado carente de competitividad.
El 2022 se cerró así. Demostrándonos que el fútbol siempre nos guarda algo, bueno y malo. Cuando hace poco Messi iba al PSG y lo trataban de mercenario, que se iba por el dinero, lo retiraban. Hoy todo cambió. Messi campeón del mundo, demostrando que a sus treinta y cinco años todavía tiene tela para cortar y que ni Mbappe puede alcanzarlo, y por el otro lado, Ronaldo eligiendo el retiro para salir de los flashes que tanto le gustan, aunque este último tiempo dejó de sonreír y sólo mostró las arrugas.