Recuerdo aquel partido, derrota escandalosa del Atlético Adoberos ante el Real Cartolandia en la Liga del Barrio. 4-1 fue el desastroso marcador para “el Chonene”, estratega que armaba el cuadro poniendo las credenciales en la tierra dando instrucciones claras mientras se empinaba la cerveza.
Impotente, Chonene miraba la catástrofe sentado en la dura banca de cemento, callado, con un nudo en la garganta. La vecindad entera estaba muda en la tribuna, salvo una que otra mentada de madre que rompía el silencio. Ya veían a su equipo en la final, pero la realidad pegó duro en su afición.
Luego de la cueriza el timonel entregó su renuncia a la dirección junto con todo su cuerpo técnico; “la marrana”, preparador físico, Pericles, auxiliar; El pitirijas y Pepón, masajista y cubetero, respectivamente. La vergüenza era tal que pasó casi un mes para volverlos a ver en los campos arenosos. ¿Y cómo? No podían mirar de frente a los que cada domingo ondeaban las banderas vitoreando a sus muchachos.
Eso pasa en el futbol del barrio, no en el profesional mexicano donde los directivos ratifican al entrenador a pesar de los penosos resultados. La cosa es el negocio y evitar pérdidas de dinero por rescisión de contratos. Las de la cancha no importan mientras ganen los dueños del balón.
EN EL LLANO NO EXISTEN LA PUBLICIDAD NI EL GLAMOUR, PERO TODAVÍA HAY ORGULLO Y DIGNIDAD.