No es cierto eso que suelen decir los futbolistas de que “lo que pasa en el campo se queda en el campo”. La frase intenta justificar cualquier insulto, provocación, fingimiento… que se produce durante los partidos, pero este abandono de responsabilidad moral no es bueno para el fútbol ni para la sociedad.
Realmente, lo que pasa en el campo llega a muchísimos sitios. Para empezar, como docente que soy, cada lunes escucho comentarios de lo ocurrido en la jornada de liga, de lo bueno y de lo malo; por tanto, doy fe de que el ejemplo que los jugadores profesionales transmiten jamás se queda en el campo: llega a los colegios e institutos, a los bares, a las viviendas, a los medios de comunicación.
Quieran o no sus protagonistas, la verdad es que el fútbol tiene una repercusión extraordinaria, un altavoz social difícilmente igualable. Y esto debe ser aprovechado. Quizás a los futbolistas les disguste la idea de que lo que hacen en el terreno de juego trascienda con tanta fuerza, pero, si se piensa con detenimiento, también supone un extraordinario honor. Al mismo tiempo, claro está, sobreviene la responsabilidad social, la carga de saber que uno está en boca de todo el mundo.
También Federer, Nadal o Pau Gasol, por poner tres ejemplos ilustres sin fútbol, tienen millones de ojos puestos en ellos, pero suelen llevar ese peso con una grandeza tremenda. Y, si alguna vez no lo hacen, como le pasó a Gasol en el último Europeo, la disculpa pública es automática. ¿Por qué? Porque les importa su honor y porque saben que su ejemplo significa mucho para cantidad de personas, muchísimas jóvenes.
Sin embargo, el mundo del fútbol parece vivir ajeno a esto. Los jugadores pueden ofrecer los peores ejemplos (de violencia física o verbal, desconsideraciones, intentos de engaño al árbitro, etc.) y rara vez se arrepienten. Todos nos equivocamos, desde luego, pero el problema del fútbol es que normalmente tenemos la impresión de que la moral no le importa a nadie. Pues que sepan los profesionales que a cantidad de adolescentes sí les importa. Es una buena causa para cambiar, ¿no?