Cada quien es libre de hacer lo que considere oportuno. A veces, casi sin darse cuenta, uno hace o dice cosas que no tienen demasiado sentido. El ser humano es lo más complejo que hay en la existencia, mucho más que cualquier enigma de la naturaleza.
Dicho esto, voy con el señor Piqué. Este jugador ha sufrido insultos muy graves, y no solo hacia él, sino también hacia sus familiares. Yo, en mi época como árbitro federado, antes de empezar a suspender los partidos en los que los aficionados no se comportaban con respeto (es decir, antes de que algunos periodistas me pusieran el que tengo por cariñoso apodo de “Árbitro de la paz”), soporté insultos gravísimos, incluidos algunos dirigidos a familiares míos (vivos y muertos), y otros atentados contra la dignidad humana de los que no voy a hablar ahora. Por tanto, entiendo que Piqué se sienta dolido. Ciertas actitudes no deben permitirse: pagar una entrada no da derecho a comportarse como un energúmeno.
Por otro lado, es cierto que algunas de las declaraciones que realiza el citado futbolista no son, a mi juicio, las más acertadas. Y también es cierto que tienen tanta repercusión deben ser especialmente cuidadosas al manifestarse públicamente. Por supuesto, si los comités creen oportuno sancionarlo por algo que dice o hace y los motivos son de justicia, yo no tengo nada que objetar. Pero no me sirve que los aficionados pongan esto como excusa para ir al campo y machacarlo a él y a su familia.
Hay formas de mostrar el desacuerdo con un jugador, árbitro, entrenador, presidente o quien sea; pero ninguna debe ser la humillación o el insulto. Por cierto, en este sentido, yo puedo aceptar que se abuchee a alguien en un momento dado, pero no acepto que cada vez que intervenga alguien tenga que soportar un abucheo. Sí, de acuerdo, no es un insulto, pero no hace falta expresar la disconformidad cien veces; basta con una por asunto. En tenis, sería inadmisible que un jugador u otra persona sufriera abucheos continuos. Vaya, que el juez de silla no lo permitiría y tomaría las medidas necesarias para que el respeto reinase.
No hagamos del fútbol un ámbito en el que todo vale y en el que la educación no cuenta. Bueno, mejor dicho, no sigamos haciéndolo.