Ese era el título de la carta que hice pública hace once años y con la que iniciaba una lucha en la que sigo inmerso con ilusión: la lucha por los valores en el fútbol. Después han ido llegando otras iniciativas, otras ideas, otras propuestas, otros pasos. Pero aquel fue el primero y lo recuerdo con gran cariño. Por eso he querido compartirlo con vosotros. He aquí el contenido de aquella carta. Saludos.
A todos los árbitros de España, en especial a los de fútbol:
Mi nombre es Ángel Andrés Jiménez Bonillo. Soy árbitro de fútbol adscrito a la Delegación de la Costa del Sol (Málaga).
Me considero deportista y amante del deporte; eso sí, del auténtico deporte. He oído muchas veces que el deporte es sanísimo, que encierra grandes valores, que genera convivencia y respeto. Estoy de acuerdo en que eso es el auténtico deporte, el ideal.
Debuté como árbitro el 29 de enero de 1994. Desde entonces, he sido insultado gravísimamente en innumerables ocasiones; he sido amenazado (incluso de muerte); he sido golpeado; me han escupido; me han roto el coche (era de uno de mis árbitros asistentes, para ser exactos); he salido escoltado por las Fuerzas de Orden Público como si fuese un delincuente; he visitado hospitales y juzgados; incluso he temido por mi vida en algunas ocasiones.
No creo que podamos decirles a las generaciones futuras que eso es deporte; que nos hemos acostumbrado a aceptar como algo normal e inherente al propio juego el hecho de perder el respeto debido a toda persona, también al árbitro, por supuesto.
En mi opinión, ha llegado el momento de frenar lo que supone una violación continuada del espíritu deportivo, de los Derechos Humanos (que tanta sangre y tantas lágrimas costó conseguir) y de la propia Constitución Española (artículo 20.4). Nos echamos las manos a la cabeza ante los insultos racistas (como debe ser), pero nadie se acuerda de los árbitros.
Como diría el gran Martin Luther King, “tengo un sueño”: ir con mis sobrinos a ver un partido de fútbol y no tener que avergonzarme de las faltas de respeto de unos seres humanos hacia sus semejantes (porque los árbitros y los jugadores también son seres humanos, que nadie lo olvide).
Mi pasividad y silencio ya no volverán a ser colaboradores de esta triste realidad. Por eso yo, desde hace varias jornadas, antes de comenzar mis partidos comunico a delegados y entrenadores que lo más importante es que no se pierda el respeto a nadie (hablo también del insulto, por supuesto, ya sea a los propios árbitros o a cualquier otra persona), ya que la dignidad del ser humano no debe buscarse (parafraseando al gran Gandhi) a través de ningún camino, sino que ella es el camino. En consecuencia, si algún espectador transgrede esta norma fundamental de convivencia (pagar una entrada no da derecho a acabar con los derechos de los demás), trataré por todos los medios a mi alcance (ayuda de los delegados, de los entrenadores, de las Fuerzas de Orden Público—si las hay—, de los jugadores…) de que la situación vuelva a la normalidad; pero si eso acaba resultando imposible, decretaría la suspensión definitiva del encuentro.
Animo a todos a que procedáis de la misma manera. No creo que podamos hacer un regalo mejor al deporte que el hecho de que vuelva a ser eso: deporte. No debe asustarnos la dificultad del camino, sino la trascendencia del objetivo. Algún día el propio deporte, en boca de tantos niños y niñas que empiezan a dar sus primeros pasos, nos dará las gracias. Igual que nosotros agradecemos la lucha de nuestros antepasados cuando depositamos nuestros votos en las urnas o acudimos al médico de la Seguridad Social.