Aprovechando las fechas en que estamos, voy a escribir sobre la resurrección que espero para el fútbol; la resurrección en la que creo. Porque el fútbol fue en su origen lo que puede volver a ser.
Creo que los que no insultan ni amenazan ni desprecian irán siendo cada vez más y provocarán que los otros se conviertan (convertirse no es otra cosa que cambiar). Porque todo el que insulta, amenaza o desprecia tiene hijos, padres, hermanos o amigos, y sentirá en el fondo de sí mismo que lo que no quiere para sus allegados no puede quererlo para otros seres humanos.
Creo que llegará el día en que los propios aficionados no quieran que sus equipos se comporten de forma antideportiva y prefieran una derrota honrosa antes que una victoria indecente. Y creo que los directivos de los clubes pensarán lo mismo, dando más valor a la imagen del club que a los marcadores y los trofeos.
Creo que llegará el día en que en todos los equipos de chavales se trabaje, durante los entrenamientos, la honestidad, de manera que en los típicos partidillos los entrenadores animen a sus jugadores a colaborar para que el arbitraje sea lo más justo posible. De esta manera, durante los partidos del fin de semana, los jóvenes jugadores actuarían con naturalidad para avisar al árbitro si se ha equivocado, por ejemplo, al señalar un saque de esquina cuando en realidad era de puerta. Porque todos sabemos que esto haría muy felices a los chavales. Y si no se sabe cuál es la decisión correcta, pues se acepta lo que el árbitro decida y ya está. Consiguiendo esto, con el tiempo, dejaríamos de ver las lamentables imágenes de jugadores tratando de engañar a sus semejantes.
Creo que todo esto es posible. Porque el fútbol debe ser concordia, acercamiento, dignidad.
Y creo que el jugador del Albacete Balompié Pelayo Novo va a recuperarse. Y sé que somos muchos los que lo creemos y lo deseamos, y los que le mandamos toda la fuerza.