El doctor Cristhian Barnard, precursor del primer trasplante al corazón, murió de un ataque cardíaco. Beethoven, uno de los más grandes músicos alemanes, era sordo. Más aún Alfred Hitchcock, el maestro del suspenso, se mantenía irascible y era producto de sus temores y sus miedos. Son algunas de las paradojas más representativas de varios seres humanos que lograron trascender.
Con lo anterior puedo asegurar que el nombre de Luis Alfonso Marroquín Osorio giró entre lo paradójico “pues vivió para el juego limpio, pero la vida no le jugó igual”.
El Marroco que conocí
A Luis Alfonso Marroquín Osorio lo conocí en 1980. Hacía su tránsito de director técnico de los equipos del Colegio San Ignacio de Medellín a tomar la posta de Ramiro Monsalve en los seleccionados antioqueños, dos años después.
En esos momentos yo fungía una doble misión futbolera: dirigía un equipo llamado Medellincito y perifoneaba como periodista deportivo en el programa “Pantalla Deportiva”.
Medellíncito y el periodismo: dos retos simultáneos
Nuestra primera misión iniciando los años 80 surgió de la necesidad obligada de “no frustrar los sueños futbolísticos” de varios niños a los que no dejaron participar en el último Babyfútbol organizado por Guillermo Hinestroza Isaza.
A finales de 1979, Hinestroza Isaza me llama para hacer parte de la organización de esta fiesta infantil de los goles y las gambetas. Él ya había tenido varios acercamientos con Hernán Gómez Agudelo, gerente del DIM, para realizarlo a nombre del cuadro rojo de Antioquia. Gómez Agudelo ya conocía la trayectoria del polifacético hombre de la pelota y la radio antioqueña, pues, al igual que él, habían jugado en Huracán de Medellín, en los albores de la profesionalización del fútbol en Colombia.
De igual forma porque Hinestroza Isaza ya tenía la experticia en la realización de este tipo de eventos deportivos, pues tenía tres a cuestas como mandamás de Babyfutbol en Colombia.
Con el último realizado en 1973, en el Coliseo Cubierto Iván de Bedout, surgieron grandes figuras para El Poderoso. Gustavo Nilsen Zapata, Orlando Pérez, entre otros y quienes engrosaron la plantilla profesional roja, le dieron el recambio poderoso y la motivación dirigencial para volver a repetir este ágape futbolero.
Lo malo del asunto fue que el afamado periodista deportivo se fue “lanza en ristre” contra el dirigente del futbol, pues este, según Guillermo, lo quería “gratiniano”, es decir gratis.
Los micrófonos de Radio Popular y los fantasiosos personajes que salían de la potente voz de Hinestroza Isaza, empezaron a ridiculizar la situación. Chiflamicas Tumbalocas, El Padre Anacleto, Lepogo, Jaoral II, no callaron sus voces y “Goles y Comentarios” se convirtió en una especie de tribunal de Inquisición en contra de Gómez Agudelo.
La retaliación no se hizo esperar. A principios de diciembre le suspenden la licencia de locutor a Hinestroza Isaza. El Ministerio de Comunicaciones envió un prontuario al Radio sistema Federal y, por dos años, apagaron el micrófono para Don Guillo.
De igual forma, los dos equipos que habíamos conformado para competir en el Torneo fueron expulsados sin mediar palabras. Así nació Medellíncito.
El Torneo infantil mutó su nombre. Ya no se llamó Babyfútbol sino “Torneo de la Esperanza”. El escenario no cambió: se realizó en el Coliseo Iván de Bedout, con mucha de la reglamentación primigenia como el límite de estatura. Gómez Agudelo incorporó a su equipo de trabajo al odontólogo Antonio Franco Ruiz y al entrenador de las divisiones menores José María Ramacciotti. De igual forma, un Hugo Castaño Triviño estampaba las camisetas y se encargaba de la logística del Festival, en el que salió campeón “El Dorado”, orientado por Elcías Pérez.
René Higuita, Andrés Escobar, Óscar “El Galea” Galeano, Tucho Ortiz Junior, Carlos Gaviria, Guillermo Álvarez, entre otros, surgieron de este festival infantil del balón.
De otro lado, los pequeños poderositos del Medellincito recalaron a la Liga Antioqueña de Fútbol. Se inscribieron en la Cuarta Categoría, sin pago alguno. La Universidad Pontificia Bolivariana los cobijó. Allí entrenaron, allí sudaron, allí conocieron a Alberto Escobar Acevedo, un profesor del bachillerato e igualmente a un hombre que empezaría a transformar al balompié paisa: Luis Alfonso Marroquín Osorio.
Yo también recalé a “Pantalla Deportiva”, un espacio deportivo en el dial antioqueño, que se emitía por Radio Popular, del Radio sistema Federal. Lo dirigía Orlando Alarca Gaviria (QEPD), quien fuera “padre periodístico” de Anselmo Quiroz, Lucho Escobar, Santy Martínez, Eduardo Sánchez, Diego Echeverry, entre otros.
Marroco sigue la senda de Tucho y hace pasantía con Monsalve
Para 1981, llega a la dirección de los seleccionados antiqueños el bellanita Luis Alfonso Marroquín Osorio, asesorando al titular Ramiro Monsalve. Quiere darle orden a la casa, ya que el año anterior los juveniles habían perdido el título, en partido extra jugado en Cali contra la selección Magdalena, por marcador de 1-0. En la blanca y verde de Antioquia jugaron Carlos Mario Hoyos, Santiago Escobar, Luis Fernando “Chonto” Herrera, Juan Jairo Galeano, Javier Arango, Luis Fernando Valero, entre otros. Los costeños tenían entre sus filas a Carlos “El Pibe” Valderrama. Después se conocería que los de la Costa Atlántica serían despojados del título por “chanchullos” cediéndole la corona juvenil a Putumayo.
Marroquín criticó el “Juego sucio” costeño, por ello empezó a depurar los procesos de inscripción de los jugadores. Así colaboró un año con el fútbol maicero.
Como una hormiga laboró ese año, viendo cómo Antioquia se subía a lo más alto del podio en la categoría mayores y seguía en deuda con los juveniles y prejuveniles.
En 1982 ya es propietario del sillón de técnico. La deuda se saldó. Con nóminas de lujo y de gran riqueza técnica, la sub 16 y la juvenil se llevan el campeonato nacional. Luis Carlos Perea, Leonel Álvarez, Gustavo Pérez, Marcos Velásquez, Néstor Piza, Rubén Bedoya y René Higuita, entre otros, asumieron el reto de rescatar el oro para Antioquia y así darle el sexto título en la juvenil y el primero en la prejuvenil.
Y no sólo eso sucedió. El juego limpio empezó a brillar por los estadios colombianos, de la mano del estratega antioqueño, nacido el 19 de enero de 1948.
Sin mácula
La Copa Coca-Cola sigue surtiendo la cantera del balompié nacional. En 1983, Antioquia repite título con los juveniles, bajo la égida del popular “Marroco”, con la asistencia de Hugo Castaño Triviño. Este último también llevó a Antioquia a obtener el máximo galardón de balompié nacional, pero con la categoría prejuvenil.
El Fair Play se convierte en el estandarte maicero e igualmente en un estilo de vida. Los seleccionados antioqueños empezaron a marcar la pauta de juego limpio, en el balompié aficionado de Colombia.
Este mismo año viaja a Brasil. De allí trae un modelo de formación deportiva, que transformaría positivamente al fútbol colombiano. Las Escuelas de Fútbol son el modelo deportivo que empieza a inquietar al “eterno aprendiz”, como se autocalificaba este gran hombre del fútbol. Este sueño duraría en despertar tres años después.
Para 1984, Antioquia registró una nómina de lujo, en la que casi un 90% de sus integrantes casi tres años después se vistieron las camisetas del fútbol rentado colombiano.
Mauricio Porras, John Edison Álvarez, Gelvet Garzón, Arturo Cárdenas, Felipe Pérez, Wilson James Rodríguez, John Jairo Tréllez y René Higuita, entre otros, defendían el título obtenido el año anterior.
Pero ocurrió lo impensado: el adalid del juego limpio sufrió en carne propia la expulsión de su seleccionado. El jugador Campo Elías Zúñiga, de la subregión de Urabá, jugó con los papeles de su hermano menor Víctor Manuel. Antioquia fue descalificada.
La mácula recayó en el balompié aficionado nacional, pues, al descubrir otros chanchullos y las adulteraciones en la edad de algunos jugadores de Bolívar y Bogotá, la Difútbol le otorgó el título a San Andrés, seleccionado que ni siquiera participó en el hexagonal final que dictaminaba el campeón.
Igualmente, el patrocinador oficial retiró su apoyo definitivo al balompié aficionado del país.
Marroquín salió bien librado, pues se comprobó que el dolo fue del jugador y el “profe” no tuvo nada que ver en el asunto. El juego limpio del bellanita salió airoso y es premiado con dirigir la Tricolor nacional en el Campeonato Sub-20 antes “Torneo Juventudes de América”, que se jugaría en Asunción, Paraguay, a principios del año siguiente.
Marroquín, “el tramposo tricolor”
Para 1985 logra asirse del mando de la selección juvenil. Antes, y con los seleccionados colombianos, estuvo cercano a los procesos de Efraín “Caimán” Sánchez Casimiro, en la Copa América de 1983, y del médico Gabriel Ochoa Uribe, en las Eliminatorias al Mundial de México de 1986. Ellos arroparon el proceso del nuevo estratega nacional.
Lo que no conocían Sánchez Casimiro ni Ochoa Uribe es que Marroquín cambiaría el chip del jugador colombiano. Con base paisa, el bellanita empezó a practicar lo que se llamó “el entrenamiento invisible” a sus dirigidos del combinado nacional.
Estuvo atento a todas “las trampas” en que habían caído lo jugadores, cómo sus malas inversiones del dinero, el manejo de la fama, el empleo de las horas de asueto, la vida noctámbula, y varios pecados capitales, para cambiarles el chip de ser mejores ciudadanos.
De igual forma, y en los entrenamientos, hacía que los suplentes enfrentaran a los titulares vestidos con los colores distintivos de diferentes las selecciones con que iba rivalizar. Les espetaba que ninguno era superior al otro y que ambos tenían las mismas cualidades y por lo tanto de “camiseta no se ganaba”. Esta fue una de sus “trampas predilectas”.
Ese cambio de mentalidad empezó a calar en sus pupilos. De eso son testigo mudo René Higuita, John Jairo Tréllez, John Edison Castaño, Wilson James Rodríguez, Romeiro Hurtado, Carlos Álvarez y Felipe Pérez entre otros, quienes vieron las bondades del nuevo estilo de este apóstol del Fair Play.
El Suramericano de Paraguay cambió la historia, Colombia fue tercera y clasificó por primera vez a un Campeonato Mundial de la categoría. La U.R.S.S esperaba a una tricolor ávida de seguir mostrando su evolución futbolística. Colombia pasó a la segunda fase, ganó por primera vez en un certamen orbital a Túnez 2-1. En la ronda siguiente se enfrentó a Brasil perdiendo 6-0, equipo que al final se coronó campeón mundial. Allí Colombia se ganó el trofeo de Juego Limpio y al final ocupó el octavo puesto.
De igual forma, catapultó a muchos jugadores que, bajo la égida de Francisco Maturana, llevarían a nuestros seleccionados a tener presencia en tres Mundiales consecutivos y un título continental de clubes, con Atlético Nacional cómo campeón de la Copa Libertadores de América.
La Marroquín, pionera en formación y en Fair Play
El puntapié inicial es con equipo Los Grullitos, patrocinado por una empresa de calzado ubicada en Envigado. Luego, y en 1986, cambiaría su razón social para tomar el nombre de su fundador y vestir los colores amarillo y azul, similares a los de la selección Brasil.
Trabajar con mucho amor extensivo a la familia y crear buenos ciudadanos para la sociedad, fueron algunos de los muchos objetivos de esta Escuela de formación deportiva pionera en Colombia.
Igualmente, y con el estandarte Juego limpio, la Escuela Luis Alfonso Marroquín fue la primera del país. El modelo importado de la tierra de la Samba y de Pelé dio sus frutos.
Hugo Castaño, Abdiel Ocampo, Gonzalo Marroquín, Carlos Silva, entre otros, estuvieron integrando el cuerpo técnico y de docentes, que ayudaron a regar las semillas llenas de valores y de juego limpio del profesor Marroquin.
En el génesis de la tarjeta verde
Un día de 1996, el respetuoso del juzgamiento y sus normas, cómo lo aseveran algunos árbitros que pitaron algunos de sus partidos programados por la Liga Antioqueña de Fútbol y entre los que me encontraba yo, me invitó a su oficina ubicada a pocos pasos de la Unidad Deportiva de Belén, sede de su Escuela. Él había visto mi manera peculiar de interpretar las 17 leyes del reglamento, que la complementaba con el de fortalecimiento en valores, a través de una laminita del Divino Niño.
– Vi que su juzgamiento es muy didáctico con los niños y quiero felicitarlo, porque además lo complementa con los valores. Esto me gustó y quiero por ello hacerle un pequeño regalo.
– ¿Qué es profesor? Le pregunté apenado, mientras me sentaba en un sillón enorme y visitaba ese santuario en que había convertido su oficina, lleno de cuadros de certificaciones, recortes de prensa, fotos de Leonel Álvarez, René Higuita, Luis Carlos Perea, Gildardo Gómez, entre otros. Igualmente, de muchos trofeos de sus grandes triunfos en el deporte de sus amores y en los que no podía faltar los de Juego Limpio, lema que también estaba en el membrete de su correspondencia y en la portada a la entrada de la sede de su Escuela, encarnado en un niño futbolista pateando un balón.
Salió de su oficina y me entregó un acrílico blanco con una leyenda en letras mayúsculas rojas que decía: Juego limpio, por favor.
_ ¡Muchas gracias!, fue lo que alcancé a expresarle a este gran ser humano, uno de los 12 hijos de Luis Alfonso y de Ana Rosa (QEPD) e igualmente el padre amoroso de Ginna.
Casi un cuarto de siglo después, y en el 2009, su escuela cerró sus puertas y sus educandos no volvieron a pisar sus instalaciones, añorando sus enseñanzas llenas de valores y de juego limpio, heredadas de muchos de sus tutores, cómo lo fueron el padre jesuita Álvaro Vélez Escobar o el Rector del Colegio de San Ignacio, Fernando Londoño, en la época en que lo conocí.
Mi último encuentro con el revolucionario entrenador colombiano fue cerca a la entrada de la Unidad Deportiva de Belén, en Medellín, Colombia. Me dirigía para cumplir la misión de jefe de prensa del XVII Festival Escuelas de Fútbol de la Copa Acord, categoría sub 12, que organizaba el colega Jaime Herrera Correa. La estatua de Andrés Escobar Saldarriaga, conocido como “El Caballero del Fútbol, fue testigo silencioso de nuestra corta charla.
– He visto la evolución de su propuesta de Juego limpio y lo vuelvo a felicitar. Esa tarjeta verde que usted pregona va a ser muy valiosa para el fútbol. Fueron sus últimas palabras llenas de sabiduría de este hombre que fue todo corazón.
Ahhh… y este trofeo personal de acrílico blanco con el valioso lema de Juego Limpio todavía lo conservo, añorando a Marroquín Osorio y su gran aporte que marcó la identidad de nuestro fútbol. Del mismo modo, el gran ser humano que murió “Sin carnaval, ni comparsa” como lo dice Piero en su cantar, entregando su corazón el pasado 2 de septiembre de 2.020 y con la gran paradoja de que “el fútbol no le jugó limpio a él y a sus grandes aportes”.