Han sido años de una relación duradera; donde la visita al estadio se convirtió en una costumbre de fin de semana. Mi padre, solía levantarse muy temprano para poder comprar las entradas, y yo esperaba cambiado para cuando él llegara.
Aún recuerdo mi primera vez en el estadio, donde el piso temblaba entre cánticos y sollozos, yo aún no entendía todo lo que pasaba a mi alrededor, pero el grito de GOL siempre estuvo presente. Entonces… ¿Cómo fue que deje de sentir aquél amor por el fútbol?
Fue el año 2014, cuando el Estadio Maracaná recibía una vez más una final. El estadio pensaba estar pintado de un color amarillento por los brasileños; pero los únicos pintados fueron ellos ante la gran Alemania. Del otro lado, una Argentina arrolladora, que acababa de superar a “La Naranja mecánica” en tanda de penales. La final prometía, sobre todo porque en una de las escuadras se encontraba un “alienígena” del balompié mundial, el gran Messi.
Desde la previa, el nerviosismo se sentía en toda Sudamérica; la mayoría prefería que ganara Alemania, porque no tenían simpatía con Argentina. Pero yo, como buen sudamericano, siempre lo alenté. Fueron 90 minutos donde el balón coqueteaba con el arco alemán, pero las malas decisiones del “Pipita” le negaron el triunfo en los 90.
El sueño parecía continuar, pero llegó aquel que estuvo a punto de quedarse, el que aquella tarde le quitó el sueño del ser el mejor del mundo. Mario Götze, a segundos de que el partido se alargase a tanda de penales, dejó a Messi con el corazón roto. Y aquél día, dejé de creer en el fútbol.